jueves, 10 de mayo de 2018

FELIPE GONZÁLEZ MÁRQUEZ 18 OCT 1998

FELIPE GONZÁLEZ MÁRQUEZ 18 OCT 1998
Reconstrucción, ruina, reconstrucción, ruina... Historia. Mil setecientos años: romanos, visigodos, musulmanes, judíos, cristianos. Armas y letras. Todo en torno a estos muros de piedra. Piedras que nos cubren y nos soportan generación tras generación. Nos sobreviven y están a nuestra merced para desordenarlas, quemarlas, volverlas a ordenar. A merced de la voluntad del hombre y más allá de ella. Reflejan afectos y desafectos, pasiones encontradas y convivencia tolerante. El peligro de que lo inmediato oculte lo pasado remoto, como una foto sin profundidad de campo, está siendo conjurado hoy, con esta biblioteca, con incunables al rescate de la memoria. Los incunables conviven en paz con las piezas de artillería del imperio. Que nadie se inquiete.
Me gusta Toledo. La he visto más veces desde el aire que desde abajo, con la perspectiva de intrincadas callejuelas plenas de memoria colectiva, o de olvido. El Alcázar, imponente, estorba la mirada al conjunto de casas arremolinadas en torno a la colina, abrazadas por el Tajo, más que cercadas por la muralla. Hasta la catedral parece humilde junto a la impresionante mole de este castillo, como si, por una vez, el poder temporal se hubiera impuesto al poder espiritual en las viejas ciudades castellanas.
Desde un alto balcón contemplo la perspectiva serena de la ciudad, con su increíble juego de tejados, rota sólo por una nota discordante de modernidad en medio de un sueño de siglos: una azotea invadida por sillas de plástico de colores chillones, a la espera de la estridencia musical de la noche. No será el órgano de la catedral que uno espera, sino la heterodoxia de la guitarra eléctrica.
Nuestra memoria colectiva, corta y dolorosa, se detiene en los episodios más recientes. La guerra civil, el asedio, el dolor del desgarramiento de una lucha entre hermanos. Los libros devuelven la historia multisecular de este entorno. Toledo está lleno de turistas extasiados, asombrados los más cultos por la presencia viva de la historia. Añoranza de judíos y musulmanes. Toledo historia y Toledo símbolo de convivencia entre las culturas, las religiones del libro. Toledo representación de la primera escuela de traductores, gran corriente cultural, única en la época, que agrupó a gentes de todas las procedencias. Imperial y abandonada, lo ha sido todo, tal vez lo sea todo, aunque no sepamos verlo.
Símbolo de lo que somos, nosotros, contingentes criaturas convocadas aquí para un acto inaugural que nos desborda, nos trasciende, porque más que inauguración es recuperación, más que innovación es demostración de lo poco que significamos con nuestras pequeñas disputas, ante el peso milenario de letras, armas, piedras y el Tajo, seguimos peleando identidades.
Tomé la palabra tras Leopoldo Calvo Sotelo, recordando a Adolfo Suárez, los tres que formamos la triada de presidentes de Gobierno cubriendo un instante de la historia que nos contempla: 20 años. Lo que llamamos la transición, hoy tal vez primera transición, porque siempre se transita, sólo permanece la piedra. Estamos, una vez más, perdidos en la búsqueda de una identidad que no queremos ver, aunque la tengamos ante nuestros ojos.
No sabemos si hemos presidido una vieja Nación, a veces imperio, o una comunidad de afectos y desafectos sin mayor significación. Corremos el riesgo de devenir apátridas, incapaces de señalar el casillero del pasaporte en que figura la nacionalidad. Experimentamos una especie de inversión térmica constitucional. Lo que definíamos nacionalidad, deviene Nación; el resto, que creíamos Nación, deviene nacionalidad a los solos efectos de rellenar ese hueco en nuestro pasaporte.
Vanidad o vacuidad, haber recorrido el mundo, buena parte del que fuera territorio ligado a España, hoy naciones soberanas y fraternas, creyendo representar a la vieja Nación española, recogida sobre sí misma en sus fronteras de hace cinco siglos, pero deseosa de abrirse al mundo, eliminando fronteras de aislamiento, sin darnos cuenta de que representábamos algo mal nominado, inexistente al decir de nuestro honorable amigo Pujol.
Sevillano de nación como soy, pero sólo en el sentido cervantino, me siento español. España es, aunque cuesta decirlo en esta disputa que vivimos, mi patria. No me siento nacionalista. Aún más, cada vez me siento más lejano de los nacionalismos, sean centrales o periféricos. No me gusta su vis excluyente, homogeneizadora, que niega la otredad. No la veo en estos libros, no la veo en la Escuela de Traductores, ni en El Greco, aunque sé que estuvo en la Inquisición y en la guerra incivil. Más bien veo mestizaje y pluriculturalidad, tolerancia y apertura al otro, al diferente. ¿Me estaré quedando sin espacio? Si no deseo una España de nacionalismo excluyente, ni tampoco una Cataluña, un País Vasco o una Galicia de nacionalismos igualmente excluyentes, ¿qué soy?, ¿a qué pertenezco?
Desde el afecto apelo a la razón, al conocimiento de lo que somos y de lo que podemos ser en los umbrales de un nuevo milenio. Desde el respeto a lo que hay debajo de estas piedras, y aún más de lo que está por venir en forma de nuevas generaciones, deseo que se me entienda.
Desde una vieja Nación, desde una ciudad milenaria, cargada de historia y de historias, quiero recordar que hicimos hace 20 años un pacto constitutivo para un nuevo proyecto, que suponía un giro histórico trascendental en nuestro reciente devenir y también en el más lejano: recuperar las libertades individuales y reconocernos en la diversidad de identidades que siempre han compuesto el mosaico de España.
La nación moderna surge de un impulso homogeneizador, por eso excluye al diferente, en sus creencias o en su lengua. Hoy se trata de la nación incluyente, la de ciudadanos, no la nación étnica ni étnico-cultural. Un marco de convivencia que acepta la diversidad de individuos y de comunidades, igualándolos en su ciudadanía. España era y es una Nación, también comunidad de sentimientos, incluso encontrados, porque es una realidad de seres humanos. El intento, tal vez baldío, es llevarla al futuro como Nación incluyente, alternativa al nacionalismo excluyente que nos ha acompañado y martirizado en no pocos tramos del camino. Puede ser Nación de naciones, de nacionalidades o regiones, pero no debería ser Nación de nacionalismos enfrentados por excluyentes entre sí.
Tengo instinto sedentario, tal vez porque piense que todo se puede encontrar aquí, en el espacio de esta ciudad, como Don Quijote y Sancho mostraron el universo sin salir de su rincón manchego. Pero vivo como un trotamundos desgarrado por ese apego a la tierra. Encuentro por casi todas partes a los que, como yo, se sienten españoles. Desperdigados, pero no perdidos. Son más nosotros en América que en nuestra propia tierra. Me gustaría viajar con mi identidad por los caminos de la globalización. No quiero ser apátrida en la realidad virtual de la sociedad de la información, aunque me guste ser ciudadano del mundo. Si fuera inevitable, espero que mi amigo Pujol me dé nacionalidad para rellenar el casillero, aunque sólo fuera por el respeto que siento a la personalidad diferenciada de Cataluña. Tal como están las cosas, mi otrora amigo Arzalluz no me lo concedería por mor de la otredad inaceptable que represento para él. Pero, a decir verdad, prefiero que España siga siendo como es, sobre todo ahora que comprende a gentes como yo, y los comprende, a cada uno, en su identidad diferente y en la común que siglos de historia nos han hecho compartir. Pido respeto a lo que hemos sido, multisecularmente, para respetarnos hoy y en el futuro. No quiero una visión estática, sino dinámica, de nuestra historia colectiva, pero menos aún quiero una visión a-histórica o anti-histórica que nos lleve a desgarramiento. En realidad, lo que deseo es un sólido Estado democrático, una Nación cuya soberanía se defina por la ciudadanía, conviviendo en su seno nacionalidades y regiones de identidad rica por plural. Para colmo, es la mejor fórmula para vivir en la globalización imparable de esta nueva era que nos ha tocado vivir.

Éste es el texto de la alocución pronunciada el pasado viernes por el ex presidente del Gobierno Felipe González durante la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha en el Alcázar de Toledo.

domingo, 9 de diciembre de 2012

No a la guerra: los argumentos.



No a la guerra: los argumentos
FELIPE GONZÁLEZ MÁRQUEZ 12 FEB 2003
Es fácil decir que todos estamos contra la guerra. Y seguramente es verdad en la inmensa mayoría de los casos. La política es poliédrica y cada uno verá lo que dice desde el prisma que le convenga. Tanto los defensores del conflicto con Irak, como los que se oponen, defenderán sus posiciones como las más correctas en el camino de la paz.
Pero, en cada país, serán los gobernantes los que marcarán la pauta a seguir y las consecuencias de esa decisión pesarán sobre todos. Si la estrategia de la Administración de Bush está equivocada, y la del Gobierno español es una copia mimética de este error, las consecuencias serán para todos. Por eso me gustaría que el Gobierno tuviera razón, porque va a decidir, con su mayoría parlamentaria, nuestro destino ante este conflicto que será un rompeaguas de la historia, y que no la tuviéramos los que nos oponemos, responsablemente, a la deriva emprendida.
Preocupado por la dimensión y gravedad de la crisis, quiero ofrecerles algunos argumentos contra el conflicto.

1. No al unilateralismo y a la guerra preventiva.
La Administración de Bush ha cambiado radicalmente la estrategia de seguridad, basándola en el ataque preventivo y en la acción unilateral. El ataque preventivo era un recurso excepcional y la acción unilateral no formaba parte del diseño histórico de seguridad frente a las amenazas más graves.
Es más, se debe a EE UU la iniciativa de crear Naciones Unidas, como garante de la paz y la seguridad internacionales. En su origen está la voluntad de que ningún país pueda desencadenar una guerra por su cuenta, como las dos guerras mundiales del siglo XX, en las que los EE UU intervinieron contra las potencias europeas agresoras. La ONU nace del grito "Nunca más".

2. Irak rompió las reglas en 1990.
La decisión de Sadam Husein de invadir Kuwait, en agosto de 1990, con la finalidad de someterlo a su dominio y controlar las fuentes energéticas más importantes del mundo, no sólo vulneró la legalidad internacional, sino que amenazó a los países de la región con la creación de un poder capaz de expandirse al resto del Golfo.
La acción internacional era obligada para restablecer el orden internacional y mantener la paz. El Consejo de Seguridad aprobó una docena de resoluciones antes de autorizar el uso de la fuerza porque Irak no se retiraba.
La coalición internacional no sólo unió a EE UU, Europa y la URSS, sino que concitó el apoyo del mundo árabe y del mundo musulmán en la operación de fuerza más multilateral que se ha conocido en la historia.

3. El petróleo detrás.
Sin duda existía un problema estratégico relacionado con el petróleo, como lo demostró la decisión de Sadam Husein de apoderarse de Kuwait en 1990. Por eso está invalidado para argumentar con esta realidad que lo llevó a violar la legalidad internacional.
Bush, proponiendo repartir el petróleo como botín de guerra, va asimismo contra el respeto a la soberanía de Irak, que reside en su pueblo, a pesar de que soporte por la fuerza al dictador iraquí. Estas manifestaciones quitan legitimidad a los propósitos de desarme avalados por Naciones Unidas.

4. Solidaridad y coordinación en la lucha contra el terrorismo.
Desde el 11 de septiembre he insistido en la necesidad de concertar esfuerzos con EE UU para combatir la amenaza del terrorismo internacional. No sólo por razones históricas de gratitud, nacidas del papel de EE UU ayudando a las democracias europeas en las dos guerras mundiales, sino por la inteligencia mínima del fenómeno del terrorismo internacional como amenaza contra todos.
Aunque España no se benefició de la derrota de las dictaduras, bien al contrario debimos soportar la legitimación de la dictadura de Franco a través del Acuerdo Bilateral con EE UU, esto no es un obstáculo para afirmar nuestra posición como europeos y como país amenazado por el terrorismo.
La cooperación debe fortalecerse, con la conciencia de la naturaleza de la amenaza y con los medios que sean operativos para combatirla. Enfrentamos un fenómeno radicalmente diferente a los conflictos bélicos clásicos y, por eso, los medios clásicos poco o nada tienen que ver con la eficacia en este combate necesario.

5. Contra la proliferación de armas de destrucción masiva.España, con Europa y Estados Unidos, a través del vínculo atlántico y con la comunidad internacional, a través del Consejo de Seguridad, debe ayudar en la estrategia de control y liquidación de las armas de destrucción masiva. Nuestro país renunció a los programas de investigación de armas nucleares y firmó el TNP, como actitud de rechazo a la proliferación y factor de legitimación para exigir el mismo comportamiento de otros países.
El problema de la proliferación se agudiza con la implosión de la URSS y el excedente de capacidad científica y técnica que provocó. Parte de la inteligencia científica se convirtió en una actividad mercenaria adquirida por cualquier postor, provocando un incremento de la amenaza sin precedentes.
Irak ha pretendido desarrollar armas nucleares. Pakistán, La India, Corea del Norte o Israel, entre otros, lo han conseguido. Además, Sadam Husein ha dispuesto de armas químicas en su enfrentamiento con Irán, y las ha usado contra su propio pueblo. EE UU se las suministró en la guerra contra los iraníes en los años ochenta.
La dictadura iraquí es hoy más débil que antes de la Guerra del Golfo, con menos capacidad de agresión. Sus programas nucleares se desmantelaron y parece comprobado que no dispone de esas armas.
Puede, sin embargo, disponer de químicas o biológicas y ésa es la tarea en la que debe centrarse la labor de Naciones Unidas tanto tiempo como sea necesario, hasta su descubrimiento y destrucción, si existen. Nada, en términos de amenaza, permite decir que la situación actual del régimen iraquí sea más peligrosa que hace tres o diez o quince años.
De nuevo se producen choques entre Pakistán y la India, ambos con armas nucleares. ¿Alguien sugiere que se use la fuerza para detenerlos y desarmarlos? La actitud frente a Coreadel Norte marca una vía alternativa que conviene fortalecer para conseguir el propósito de disminuir la proliferación.

6. Contra la estrategia de Bush y no contra EE UU.
Se está produciendo una terrible confusión con graves consecuencias de futuro, al identificar a la Administración de Bush y su nueva estrategia con Estados Unidos. Son muchas las opiniones autorizadas en EE UU, en medios demócratas y en medios republicanos, que están contra la estrategia de seguridad de la nueva Administración.
A pesar de la comprensible reacción emocional provocada por el horror del 11 de septiembre y del estrechamiento de márgenes para las respuestas racionales que está produciendo este estado de opinión, son cada vez más los líderes que critican, en público y en privado, esta deriva de los halcones.
El efecto de la propaganda simplista que consiste en contraponer a Bush con Sadam Husein, como si fuera a favor o en contra de EE UU, está perjudicando seriamente a Europa, pero no menos a la imagen misma de los EE UU. Por muy poderosa que sea una potencia y aunque consiga gobiernos disponibles para imponer el unilateralismo, las consecuencias pueden ser tan graves como las que hemos vivido en las grandes guerras del siglo XX.
Ser solidarios con EE UU por el ataque sufrido el 11 de septiembre significa ayudar entre todos para combatir la amenaza y es contradictorio con endosar una estrategia errónea y errática.

7. El conflicto no terminará en Irak.
Aunque fuera "corta" la guerra, la posguerra será larga. Vietnam y Afganistán se saldaron con las derrotas de las dos grandes potencias que lo intentaron. La época de las conquistas territoriales pasó a la historia.
Si se pretende cambiar el mapa de la región, veremos un encadenamiento de conflictos, con intereses cruzados imposibles de prever y controlar. Si no se pretende, la inquietud de Turquía, Siria, Irán y otros puede llevar a enfrentamientos no previstos.
Ocupar Irak exigirá un esfuerzo de tropas de tal magnitud y durante tanto tiempo que EE UU no podrá sostener.

8. Todos contra Sadam Husein.
No podemos ni debemos abandonar al pueblo iraquí en manos de un dictador sanguinario. Por tanto, el esfuerzo para ayudar a los ciudadanos a recuperar su libertad debe incrementarse, incluso cambiando las acciones internacionales que sólo perjudican a la gente y dejan intacto el poder de la camarilla de Sadam.
Esto no tiene nada que ver con el desencadenamiento de la guerra. Puede tener efectos sobre los pueblos afectados, pero nada hace prever que un sistema neocolonial de control mejorará su situación a medio plazo.

9. En Kosovo actuó la OTAN.
El Gobierno de Aznar tuvo nuestro respaldo para intervenir. La Unión Europea estaba de acuerdo. La OSCE, el mundo árabe y el musulmán lo reclamaban. Se trató de frenar, más tarde que temprano, un genocidio desencadenado por Milosevic. Nadie buscaba petróleo, ni hegemonía para nadie. ¿Quién se atreve a comparar?
Pero sí podemos sacar las consecuencias de la presencia posterior al conflicto, que dura hasta hoy, para analizar en serio lo que ocurrirá en Irak.

10. España debe defender sus posiciones con autonomía.
Además de los elementos de reflexión general, ligados a la defensa del multilateralismo en Naciones Unidas, que se debilitan o se niegan cuando se afirma que diga lo que diga el Consejo de Seguridad hay que desencadenar una acción de fuerza, España tiene obligaciones que cumplir, todas ellas ligadas a sus prioridades en política exterior.
La primera se deriva del Tratado de la Unión Europea, que exige a los socios coordinar sus posiciones para desarrollar una política exterior y de seguridad común. Ésta se ha vulnerado aceptando desde el primer minuto la estrategia de la Administración de Bush, sin consulta previa con los socios. El daño para la construcción de una Unión Política es difícil de reparar.
La segunda, teniendo en cuenta nuestra dimensión mediterránea, nos obliga a prevenir las consecuencias para esos países de una estrategia como la desplegada por la Administración de Bush.
La tercera, en la dimensión iberoamericana, tratando de coordinar nuestras políticas con estos países y analizando las repercusiones del cambio de prioridades de la Administración de Bush para esa América que parece olvidada por los dirigentes que hablan de una sola, la de Estados Unidos.

11. Opinión pública y guerra.
Todo el mundo coincide en que si la opinión pública de EE UU se inclinara mayoritariamente contra la guerra, la Administración de Bush daría marcha atrás y buscaría otros mecanismos para el desarme de Irak.
Dirigir parte de nuestro esfuerzo a los ciudadanos de Estados Unidos, sin confundirlos con una Administración concreta, podría mostrarles la solidaridad en la lucha contra el terrorismo internacional y el rechazo al conflicto unilateral y preventivo que puede conducir a más conflictos y más amenazas terroristas.
Si el mismo razonamiento respecto de la opinión pública se aplicara a España y a Europa, sería posible evitar esta guerra y se mantendría la unidad europea, sin bajar la guardia en la lucha contra las amenazas. ¿Por qué no lo hacemos?
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

¿Cómo garantizar las pensiones?



¿Cómo garantizar las pensiones?
"La conjunción del envejecimiento de la población y de la contracción de la fuerza de trabajo interna va a acarrear a Europa consecuencias drásticas. Si no se toman medidas, se traducirá en una presión insostenible sobre los sistemas de pensiones, de sanidad y de protección social, y en unos resultados negativos para el crecimiento económico y la fiscalidad. Si Europa se toma en serio el tránsito a una sociedad del conocimiento, los esfuerzos para mejorar la eficiencia económica y elevar las capacidades de la población existente deben completarse con medidas activas para hacer frente a este desafío demográfico". Proyecto Europa 2030.
Vemos la creciente oleada de protestas contra la reforma de las pensiones en Francia, mezclando a sindicatos y estudiantes, como un problema local, incluso cuando ante nuestros ojos se muestra la evidencia de que aquí, en España, también se han convocado movilizaciones contra la reforma laboral y se anuncian contra las de las pensiones, o no digamos en Grecia, o en otros países de la Unión, como un movimiento de rechazo a las reformas estructurales imprescindibles para abrir un horizonte de esperanza al futuro de Europa en la nueva realidad mundial.

Retrasar la edad de jubilación no es lo único. Hay que contar con las mujeres y la inmigración
Debemos cambiar de óptica: la llegada de extranjeros es una parte sustancial de la solución
El día 4 de octubre comparecí ante el Parlamento Europeo para hablar de ese futuro de la UE que ha sido el núcleo de la reflexión del Grupo de Expertos que presidí en los dos últimos años. El debate fue interesante, pero de nuevo tuve la sensación de que veo la crisis como una situación de emergencia que nos afecta a todos en el conjunto de la Unión, que exige respuestas de fondo y coordinadas y que esta percepción de la realidad no es compartida por los interlocutores.
Sin embargo, espero que el Parlamento Europeo entre a fondo en este debate, aprovechando su carácter de representación democrática del espacio público que compartimos como europeos; respondiendo al incremento de poderes que le otorga el nuevo Tratado de Lisboa; enfocando sus prioridades en este esfuerzo de salida de la crisis y de reformas de fondo, para mostrar y demostrar a los ciudadanos europeos que los problemas son de todos y los desafíos tienen más sentido si se enfrentan desde la Unión, aunque los ajustes necesarios sean nacionales.
Pocos interlocutores, más allá de las ideologías, niegan lo que necesitamos, lo que define nuestra ambición. Pero muchos rechazan hacer lo necesario para conseguirlo. Así veremos cómo se debilitan los Gobiernos que lo intentan, sea cual sea su color, y cómo serán sustituidos, por puro desgaste, por otros que tendrán, inexorablemente que enfrentar las tareas pendientes... pero perdiendo un tiempo que no tenemos.
 Estamos ligados históricamente a un modelo de economía social de mercado, que hemos exhibido con razón, como el mejor. Mejor para competir, ¡en su momento!; mejor para crear empleo, ¡en su momento!; mejor para garantizar la cohesión social, ¡en su momento!; mejor para la educación, la sanidad y las pensiones, ¡en su momento! Ahora, que vivimos otro momento histórico, queremos que siga siendo lo que fue, porque deseamos vivir en una sociedad solidaria e incluyente, pero sin cambiar nada, aunque reconozcamos y tengamos la evidencia indiscutible de que el mundo cambió y de que para conseguir y preservar esas ambiciones nosotros también tenemos que cambiar.
Pues bien, si lo que deseamos es preservar la economía social de mercado, frente a modelos sin cohesión social, o a una economía de casino sin reglas, tenemos que recomponer nuestros consensos básicos, nuestro diálogo social, para hacer reformas estructurales de hondo calado que nos permitan aumentar nuestra productividad, nuestra competitividad en la nueva economía global y del conocimiento, que añadan a los objetivos que teníamos en la exitosa Europa de la posguerra, un factor de sostenibilidad frente al cambio climático y la sobreexplotación de los recursos que ponen en riesgo la biodiversidad y el equilibrio del planeta.
Si ese fuera, como creo, el objetivo que pocos discuten, habría que analizar qué problemas estructurales tenemos que enfrentar y resolver para conseguir este propósito y reconstruir el círculo virtuoso que le dio éxito económico y social a la Europa de la segunda revolución industrial.
En el año 2000, con la aprobación de la Agenda de Lisboa, ya se fijó como objetivo para el 2010 "ser la primera potencia económica y tecnológica del mundo, con el mejor modelo de cohesión social". Aunque no se diga con claridad, hoy, en la fecha límite, todos reconocen que la estrategia acordada fracasó y que no solo no estamos más cerca de la meta propuesta, sino que estamos perdiendo competitividad en la economía global y que nuestro Estado del bienestar corre riesgos evidentes de insostenibilidad.

Para empezar, viendo el rechazo a las reformas del sistema de pensiones, tenemos que reconocer que el éxito mayor de la sociedad del bienestar se refleja en el incremento de la esperanza de vida. Pero la buena noticia de que vivimos más tiempo y con más calidad, viene acompañada de una no tan buena que es la baja natalidad. O sea, nos estamos convirtiendo en una sociedad de gente mayor, con una pirámide demográfica que se estrechará cada vez más en la base. Esta deriva nos llevará en el año 2050, si faltara inmigración y se mantuviera constante la participación en el mercado de trabajo, a tener 68 millones menos de trabajadores. Esto nos situaría en un coeficiente de población activa / población inactiva de cuatro trabajadores contribuyentes por cada tres jubilados.
La actual edad media de jubilación en Europa es de 62 años para los hombres y de poco más de 60 para las mujeres. Si no se toman medidas en varios frentes, llegaremos a la situación descrita en 40 años, es decir, en el momento en que se jubilarán los jóvenes estudiantes que protestan en Francia. Como todas las proyecciones que encaran el futuro, esta tampoco es inexorable. Se puede y se debe actuar para evitar este escenario con todas sus implicaciones económicas, sociales y políticas. Y la paradoja es que los que creemos en un sistema público de pensiones, cuyo fundamento está en la solidaridad, tenemos dificultad para que se acepten las reformas necesarias para mantenerlo y que los que se oponen -por ignorancia o porque quieren debilitarlo para sustituirlo por "otra cosa"- manipulan la realidad torticeramente. Como ya nos ocurriera en 1985, con la reforma del sistema de pensiones que nos permite un sistema digno como el actual que ahora todos dicen defender.

Compensar la caída a medio plazo de la población en edad de trabajar, frente al incremento de la población de más de 60 o 65 años, nos obliga a plantear una mezcla de políticas, de la que la reforma del sistema de pensiones y de la edad de jubilación es una parte imprescindible, pero solo una parte. Por eso, hay que prolongar la vida activa de la población actual y futura, con estímulos para hacerlo, que podemos diseñar y acordar; considerando la jubilación como un derecho, no como una obligación; reconsiderando los periodos de carencia y calculando la pensión por los salarios o rentas percibidos a lo largo de toda la vida laboral.

Pero además, tenemos que hacer políticas que incrementen la participación de la mujer en la población activa ocupada, con medidas de apoyo para que esto sea compatible con el incremento de la natalidad que necesitamos. El papel de la mujer en esta sociedad del conocimiento, en esta economía abierta, es de vital importancia, incluso más allá de la lucha por la igualdad, porque se plantea como una necesidad insustituible para ganar competitividad en la sociedad del conocimiento aumentando la población activa y corrigiendo la pirámide demográfica.

Pero además, tenemos que cambiar nuestra óptica sobre la emigración, que estamos percibiendo como un grave problema, cuando es una parte sustancial e inevitable de la solución a medio y a largo plazo. Claro que hay que regular los flujos, ajustándolos a las necesidades y capacidad de integración, como políticas de conjunto y aplicaciones nacionales. Claro que hay que combatir el tráfico de seres humanos y la explotación de los irregulares, pero no podemos galopar en una demagogia antiin-migración que se volverá contra los valores y los intereses de Europa.
Felipe González fue presidente del Gobierno español.

¿Y ahora?.- Felipe González



¿Y ahora?
El Gobierno debe agotar la legislatura y seguir promoviendo en profundidad las reformas ya iniciadas
FELIPE GONZÁLEZ 26 MAY 2011 - 23:43 CET187
La derrota electoral ha sido muy dura y hay que reconocerlo sin paliativos. Hay que felicitar al PP, aunque no haya tenido un comportamiento responsable ante ninguno de los problemas de España. Incluso en el día de hoy, cuando hago esta reflexión, llevan al Parlamento la grave situación del empleo juvenil sin hacer ninguna propuesta constructiva, algo que sea creíble y dé una cierta tranquilidad en que cambiarían de posición, para ser responsables ante la crisis, después de su victoria electoral.
Tengo la impresión de que el castigo severo al Gobierno y a los responsables de ayuntamientos y autonomías ha ido más allá de lo que propios y ajenos podían imaginar. Así se abre un nuevo escenario en el que serán decisivas las reacciones de unos y de otros.
No se puede esperar que cambie de posición el PP. Sus dirigentes, eufóricos, seguirán pensando que la estrategia basada en el “mientras peor mejor” les ha dado resultado y ha dañado gravemente al Partido Socialista. Siempre lo han hecho así en los últimos 20 años, sea en la lucha antiterrorista o sea frente a la crisis mundial más grave conocida.
¿Por qué habrían de cambiar? Sería tanto como pedirles que antepusieran los intereses de España a su deseo incontenible de ocupar el poder: incluso “todo el poder”, como lo esperan. En lo que reste de legislatura van a ocultar lo que quieren hacer con ese poder. Por dos razones: porque piensan que así les va mejor y porque, realmente, dudo que lo sepan. La insistente apelación a la “confianza” es poco compatible con la que inspira su líder, según muestran todas las encuestas.
Pero lo que me importa hoy es la reacción de los socialistas, para ver si somos capaces de remontar sobre estos resultados convenciendo a los ciudadanos de las necesidades que tiene nuestro país frente a la crisis y en el contexto europeo y global en el que estamos.

Zapatero no se presenta.
Ha reconocido errores en el tiempo para afrontar la crisis, pero ha tomado decisiones muy duras de reformas estructurales y mantiene su voluntad de proseguirlas. También ha asumido la derrota, él mismo, directamente, en un gesto que le honra, aunque las elecciones no eran generales.

Zapatero ha tomado decisiones muy duras y mantiene su voluntad de proseguirlas
Por tanto, la primera cuestión es decidir quién y con qué propósito se hace cargo del liderazgo frente a las elecciones generales. Mejorar la valoración personal de Rajoy como líder no es un problema. Entre los dirigentes conocidos del Partido Socialista hay varios que cumplen de sobra ese requisito. Y plantear un programa frente a “la vaciedad del mundo en la oquedad de sus cabezas” tampoco.
Importa decidir pronto y mirando hacia los ciudadanos, sin tentaciones endogámicas de partido tan propias de las circunstancias que vivimos. Y hablo de los ciudadanos, de lo que seamos capaces de percibir de la opinión pública, más que a la “opinión publicada” tan propensa en estos tiempos a la intriga y la confusión de intereses.
El procedimiento para designar a esa persona está previsto. Yo me inclino por una reflexión interna en el Comité Federal que nos conduzca a una sola candidatura de consenso. Eso evitará peleas internas incomprensibles para los ciudadanos ante los problemas a los que nos enfrentamos y con los escasos tiempos de nuestro calendario político. Ante un desacuerdo, que no deseo, en el Comité Federal, Rodríguez Zapatero tiene la llave. Puede convocar congreso extraordinario para elegir candidato y secretario general. Camino algo más largo pero posible, como he oído decir a algunos dirigentes del partido.

El PP ni colabora ni propone. Su estrategia de “mientras peor mejor” le está funcionando
La segunda cuestión, que parece suscitar dudas y debates incipientes, es el discurso programático ante la ciudadanía. Hay fórmulas participativas fáciles de articular para que todos vayamos unidos a la campaña de las generales.
Nadie espera de mí que no me “moje” en cuanto a contenidos, como saben que no entraré en un debate de primarias que no veo oportuno, aunque estaré, con mi criterio, siempre disponible para este partido al que he dirigido y contribuido a que sea la alternativa de poder desde criterios socialdemócratas durante gran parte de mi vida.
Por eso me atrevo a reiterar que la realidad a la que nos enfrentamos como país es crítica y exige reformas en profundidad. Estas han empezado y hay que seguirlas, reorientarlas y explicarlas clara y abiertamente a la ciudadanía. No estaré por oportunismos de cambios radicales de orientación que nos lleven a un desastre que, como mínimo, estamos evitando si vemos con claridad las derivas de otros países que no han sabido o podido afrontar esas reformas.
Sé por experiencia, dentro y fuera de nuestras fronteras, que la crisis global que padecemos marcará un antes y un después y que las cosas no volverán a ser como antes, aunque haya cantos de sirena que lo anuncien. Por eso huyo de los mensajes simplistas de los que dicen que hay que “volver a la senda de la prosperidad perdida”, típicos de las derechas en la oposición, porque es “esa senda” la que nos ha llevado a esta crisis tan dramática. Algunos no quieren ver que sin correcciones de fondo podemos estar incubando la siguiente crisis, antes incluso de salir de esta.
Temo las voces que proponen utopías regresivas, que han demostrado hasta la saciedad que llevan al fracaso. Las hay de izquierdas y de derechas. Radicalizaciones que pretenden que el Estado sustituya a la sociedad, a los actores económicos o, por el contrario, los que van a seguir defendiendo (lo están haciendo con éxito) que funcionemos de acuerdo con “la mano invisible del mercado” como elemento de autorregulación, sin intervención del Estado.
El Estado tiene que ser eficiente y austero; tiene que regular el funcionamiento del mercado, en particular del mercado financiero, al servicio de los intereses generales; tiene que preservar la distribución del ingreso garantizando y haciendo sostenible la sanidad pública, educación para todos y pensiones; tiene que estimular la iniciativa y facilitar el emprendimiento y la innovación, etcétera.
Nos vamos a jugar mucho como sociedad, como país, en esta difícil situación nacional, europea y global. Por eso tenemos que tener proyectos claros y sostenidos de salida de la crisis que preserven valores, bienes sociales que hemos ido conquistando con esfuerzo y que pueden estar en peligro.
Además, los dirigentes de hoy tienen que saber que los grandes desafíos ante la crisis global se juegan en un campo que trasciende las fronteras del Estado nación al que pertenecemos. Por eso es tan importante, tan decisivo, el papel de Europa… ¡y tan decepcionante que no lo esté cumpliendo o lo haga con tan poca visión de conjunto! Nadie puede creer que los agentes financieros globales que nos han llevado a esta crisis puedan ser regulados desde un solo país.

Tenemos que actuar dentro de nuestras fronteras en aquello que podemos y debemos corregir para ganar productividad, competitividad y empleo. Los agentes sociales y económicos tienen que empujar en la misma dirección.

Tenemos que hacer propuestas claras y sostenidas en la Unión Europea, para reforzar los elementos de gobernanza económica en el espacio monetario que compartimos; para emplear la potencialidad del Banco y del Fondo Europeo de Inversiones; para completar una buena regulación —igual para todos— del funcionamiento del sistema financiero.

Ya pasaron las elecciones y no podemos parar la marcha del país para salir de la crisis. Para España, lo mejor es continuar las reformas, agotando ese tiempo democrático que resta de legislatura. En menos de un año los ciudadanos decidirán en qué manos ponen esa salida y con qué propósitos. Es la hora de la verdad. Demostremos que somos la mejor respuesta para nuestra sociedad.

Un debate turbio



Un debate turbio
FELIPE GONZÁLEZ MÁRQUEZ 2 JUN 2000
El ejemplo utilizado por Felipe González en una entrevista con la revista mexicana Proceso para demostrar que el PSOE podría ser hoy mucho más influyente con el respaldo electoral que tiene desencadenó la semana pasada una dura polémica. "La Constitución en España se hizo porque nosotros decidimos que se hiciera y sólo teníamos el 30% de los votos. Si hubiera dependido de Adolfo Suárez, no se hubiera hecho la Constitución. Adolfo es muy amigo mío, pero él no quería hacer la Constitución". Esta frase provocó una oleada de recriminaciones, desde miembros del Ejecutivo de José María Aznar a Adolfo Suárez, hijo, y que culminó el pasado martes con una declaración conjunta de 40 ex ministros que formaron parte de los Gabinetes de Suárez. Felipe González aclara en este artículo qué quiso decir en esa entrevista.
Es curioso, cuando menos, el revuelo organizado con motivo de unas palabras mías sobre el papel de Adolfo Suárez y la Constitución.
Sin duda he cometido varios errores en esa entrevista -cuyo texto no revisé-, pero uno destaca sobre los demás: la afirmación de que Suárez no quería la Constitución, sacada de contexto, induce a error y puede ser manipulada, como está ocurriendo.
Esta polémica absurda no cambiará, sin embargo, la apreciación que tengo sobre el papel de Suárez en la transición. Porque no sólo fue una pieza clave para el paso de la dictadura a la democracia, sino el pararrayos de todas las invectivas, descalificaciones y odios de una derecha montaraz que no quería el cambio, que no quería perder su estatus y consideraba a Suárez -ellos sí- como un traidor a su causa.
Y es esto lo primero que quiero dejar claro. Mi convicción personal es que sin Adolfo Suárez el proceso de transición democrática en España hubiera sido distinto y, con toda seguridad, mucho peor. La UCD y el PSOE, mayoría abrumadora, y otros grupos políticos que habían jugado un papel relevante en la oposición a la dictadura, como los comunistas y los nacionalistas, estuvimos desde un principio de acuerdo en la necesidad de transitar de la dictadura a la democracia.
Discrepábamos entonces en las formas y los ritmos. No podía ser de otra manera, puesto que nuestro punto de partida era distinto: Suárez tenía que conducir a una parte del viejo régimen a la aceptación de la democracia y la base de su estrategia era la idea de un cambio sin ruptura de la legalidad vigente. Su margen de maniobra era estrecho y su riesgo alto. Seguramente hizo lo mejor posible cuando aprobó la Ley para la Reforma Política, prólogo de la convocatoria de las elecciones del 15 de Junio de 1977. Esta Ley no tenía el propósito de abrir un proceso constituyente, aunque forzáramos ese resultado final.
De hecho, las primeras elecciones libres en 50 años no fueron convocadas por el Gobierno para elegir una Asamblea Constituyente. Fueron las Cortes las que tomaron la decisión, una vez elegidas, de abordar inmediatamente la elaboración de una Constitución. Y aquí viene el punto central de lo que quise transmitir en mis declaraciones: aquella decisión fue posible porque la relación de fuerzas entre los que tenían su origen en la oposición al franquismo y los que provenían del mismo fue distinta a la prevista. Esto hizo ineludible la aceleración del proceso.
La Constitución era un punto que formaba parte de las exigencias básicas de la oposición y no -al menos originariamente- de la estrategia de los reformistas. El resultado electoral hizo posible la convergencia de UCD, PSOE y otras fuerzas democráticas en torno a la decisión.
Nosotros deseábamos una Constitución que rompiera, mediante el acuerdo, con la legalidad del franquismo y abriera una nueva etapa. Era la ruptura con el pasado, propia de un partido democrático de oposición a la dictadura, que deseaba pactar con quienes, procediendo del propio sistema anterior, manifestaban una voluntad sinceramente democratizadora.
El talante centrista y reformador del grupo creado en torno a Suárez, reflejo del suyo propio, permitió un diálogo fructífero -del que sale la Constitución- y suscitó el rechazo mas encendido y ácido por parte de la derecha que no quería ese cambio.
Esto es lo esencial. Un acuerdo de fondo, la instauración de un régimen democrático. Una metodología, el consenso. Y como resultado, una Constitución compartida. Y en ese esquema la contradicción básica no se daba entre Suárez y nosotros, sino entre quienes empujábamos hacia la transformación democrática de España y quienes, desde la nostalgia del franquismo, la frenaban y obstaculizaban.
Y ahora, más de veinte años después, muchos de los que no querían la Constitución alientan un debate turbio, que trata de enfrentar a aquellos que, mediante el diálogo -a veces tenso y no exento de contradicciones- conseguimos su aprobación. No hay más que ver el celo historiográfico con el que los medios de comunicación al servicio del poder hurgan en las hemerotecas buscando todo lo que les permita atizar esta polémica para darse cuenta de lo que pretenden. En los últimos dos años, como en plena campaña electoral, los dirigentes del PP, intentan apropiarse de la Constitución, incluso de aparecer como únicos garantes y defensores de lo que rechazaron entonces. Y les ha ido bien. Ahora tratan de ir más allá. Porque difícil es, pero no imposible, que fracturen a los que estuvimos de acuerdo hace veinte años, justamente sobre aquello en lo que estuvimos de acuerdo.
Los neófitos defensores de Suárez, o los que lo dejaron en la cuneta, deben saber que no tengo la intención de entrar en ese juego, dispuesto como estoy, por respeto a lo hecho y por amistad, a resaltar el papel de Adolfo Suárez. Mi error ha sido haber dado excusa, que no motivo, para este despliegue de renovadas invectivas, semejantes a las viejas, que oculta intereses espurios.
Porque, puestos a analizar los hechos históricos, sería interesante sacar del burladero a los que jalean hoy a Suárez y entonces lo querían triturar. Por ejemplo Aznar, que dice haberlo votado en 1977 y que, inmediatamente después, estuvo en contra de la Constitución, pidiendo una abstención activa y militante en el referéndum. Estuvo en contra del consenso como método para elaborarla. Estuvo en contra de sus contenidos esenciales : regulación de la educación, de la economía, del derecho a la vida, del Estado de las Autonomías, etc. Es cierto que lo hizo con la relevancia propia de su responsabilidad de entonces, pero con una saña inigualable contra el Gobierno de Suárez. Basta con acudir a sus textos de la época. Estos no dejan lugar a dudas sobre sus convicciones de antaño, transformadas hogaño en exaltación y defensa, con vocación excluyente, de lo que entonces denigraba.
Entonces era importante dónde estaba cada cuál en este debate, porque se situaba en el filo de la navaja entre involución y democracia. Hoy no hay ese riesgo, pero es necesario identificar a unos y a otros ante las nuevas generaciones.
No obstante, mi deseo más profundo es que la mitad de la convicción con que Aznar y los suyos atacaban la Constitución y los Estatutos hace un par de largas décadas, sea hoy aplicada a asumirla, más allá de su uso como arma electoral. Sería bastante, incluso mucho, para los que, con mayor o menor relevancia, nos comprometimos a hacer posible una Constitución que nos permitiera superar nuestros problemas históricos y facilitar la convivencia en paz y libertad.
Acostumbrado como estoy a este tipo de cosas, lo que más lamento es que Adolfo Suárez se sienta mal. Mis excusas porque creo que no lo merece, ni hoy ni en aquellos momentos, cuando tantos de los que ahora salen en su defensa, o alientan el debate ocultándose, se comportaron como lo hicieron.
¿ Podrá hablarse de este y de otros temas de nuestra historia reciente sin que los de siempre se lancen a enturbiarla?

España merece la esperanza



España merece la esperanza
FELIPE GONZÁLEZ MÁRQUEZ 8 OCT 1982
"Hay muchas cosas que cambiar en España", dice el autor. Pero lo primero, añade, es cambiar los comportamientos, modificar profundamente el estilo con el que se ha dirigido al país y, simultáneamente, conseguir unos aparatos públicos que cumplan sus cometidos bajo los principios de la eficacia y de la sana administración.
Hace unos días, en un programa de televisión, un periodista me interrogaba sobre el contenido del cambio que los socialistas vamos a realizar desde el Gobierno. La pregunta se prestaba a una larga exposición de las medidas que nos proponemos tomar en cada campo, y que figuran en nuestro programa. Sin embargo, preferí responder con una sola frase que, a mi juicio, refleja exactamente la dimensión histórica del paso que vamos a dar el 28 de octubre: el cambio es hacer que España funcione.Esta formulación puede parecer a algunos poco ambiciosa, lo que me parece una crítica superficial. Es posible que plantear como objetivo que el país funcione no tenga una especial significación en naciones en las que los mecanismos sociales e institucionales tienen un rodaje de muchos años, y su funcionamiento básico está garantizado cualquiera que sea la orientación política del Gobierno. En España, sin embargo, a estas alturas del siglo XX, aún no hemos superado problemas elementales de funcionamiento del sistema socio-político que otros países de nuestro entorno tienen resueltos desde hace decenios, y la causa de ese retraso está, a mi juicio, en el egoísmo y la absoluta carencia de sentido del Estado que históricamente ha caracterizado a la derecha española, que ha renunciado desde siempre a realizar la tarea de modernización que en los países europeos han llevado a cabo hace ya tiempo las clases dirigentes.
Alguna vez he dicho, al ser interrogado sobre el tema de las nacionalizaciones, que lo primero que hay que hacer en España es nacionalizar el propio Estado. Y hacerlo en un doble sentido: por una parte, hacer que el Estado sea considerado por los ciudadanos como algo propio y de todos, no como un poder anónimo y ajeno frente al que se siente recelo y desconfianza. En segundo lugar, lograr que quienes dirigen el aparato del Estado por delegación del pueblo no se comporten como si estuviesen en un predio personal donde cualquier desmán es posible sin que nadie se escandalice por ello.
Creo que no exagero al decir que España no funciona, entre otras cosas, porque las viejas e ineficaces estructuras de la Administración han permanecido intocadas, haciendo baldío el esfuerzo de muchos de los que en ella trabajan, lo que ha permitido que nuestra Administración pública siga siendo una trinchera de privilegios y prebendas, un aparato hostil a los ciudadanos y a los contribuyentes, porque sectores decisivos como la Seguridad Social y la empresa pública están. presididos por el derrroche y la ineficacia como criterios de actuación; porque el egoísmo corporativo de ciertos sectores privilegiados está minando constantemente el impulso de solidaridad que nuestra sociedad necesita para salir adelante, y porque los niveles de moralidad pública están bajo mínimos desde hace demasiado tiempo.
Hay muchas cosas que cambiar en España, evidentemente. Pero lo primero es cambiar los comportamientos, modificar profundamente el estilo con el que se ha dirigido el país hasta hoy, y simultáneamente poner a punto la herramienta, conseguir unos aparatos públicos que cumplan sus cometidos bajo los principios de la eficacia y de la sana administración de los fondos de todos. Ello hará que los responsables de la gobernación del país tengan credibilidad y autoridad moral, sin las cuales la colaboración ciudadana es una entelequia. La llegada de los socialistas al Gobierno ha de traer consigo un impulso de regeneración pública y de esperanza colectiva, sobre las que se van a sustentar nuestras realizaciones de gobierno: la lucha contra el paro, la superación de las desigualdades, el desarrollo de la Constitución, la política internacional, etc.

Detener el retroceso
España es hoy como un vehículo situado en una pendiente y caminando marcha atrás. Hace falta detener el retroceso, meter la primera y hacer que el vehículo avance. Los conductores que hemos tenido hasta ahora han demostrado su falta de pericia; el 28 de octubre tenemos una nueva oportunidad de hacer que España funcione. El conseguirlo va a depender en buena medida de la voluntad no sólo del partido socialista, sino del conjunto del pueblo. Por eso decimos que el cambio no es patrimonio del PSOE, sino que éste no es sino un instrumento -parece que el único instrumento válido en estos momentos-, cuya misión será articular políticamente la mayoría social que va a apoyar el cambio en las urnas y lo va a llevar adelante, con la colaboración de todos, después de esa fecha.
Al vehículo del progreso sólo se le conoce una dirección: hacia adelante, hacia la modernidad y la justicia. Esta es precisamente la dirección que quiere tomar la mayoría de los españoles, y por eso el cambio es un objetivo nacional por encima de la opinión que cada uno pueda tener sobre tal o cual medida, o sobre el ritmo que hay que imprimir a la marcha. La convicción general de esta necesidad y la realidad de que hoy es posible conseguirlo será, sin duda, un elemento fundamental de juicio para muchos españoles que van a contribuir con su voto el 28 de octubre a decidir en qué sentido vamos a caminar durante los próximos años.
Felipe González es secretario general del PSOE.

Alocución pronunciada por el ex presidente del Gobierno Felipe González en la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha en el Alcázar de Toledo.



FELIPE GONZÁLEZ MÁRQUEZ 18 OCT 1998
Reconstrucción, ruina, reconstrucción, ruina... Historia. Mil setecientos años: romanos, visigodos, musulmanes, judíos, cristianos. Armas y letras. Todo en torno a estos muros de piedra. Piedras que nos cubren y nos soportan generación tras generación. Nos sobreviven y están a nuestra merced para desordenarlas, quemarlas, volverlas a ordenar. A merced de la voluntad del hombre y más allá de ella. Reflejan afectos y desafectos, pasiones encontradas y convivencia tolerante. El peligro de que lo inmediato oculte lo pasado remoto, como una foto sin profundidad de campo, está siendo conjurado hoy, con esta biblioteca, con incunables al rescate de la memoria. Los incunables conviven en paz con las piezas de artillería del imperio. Que nadie se inquiete.
Me gusta Toledo. La he visto más veces desde el aire que desde abajo, con la perspectiva de intrincadas callejuelas plenas de memoria colectiva, o de olvido. El Alcázar, imponente, estorba la mirada al conjunto de casas arremolinadas en torno a la colina, abrazadas por el Tajo, más que cercadas por la muralla. Hasta la catedral parece humilde junto a la impresionante mole de este castillo, como si, por una vez, el poder temporal se hubiera impuesto al poder espiritual en las viejas ciudades castellanas.
Desde un alto balcón contemplo la perspectiva serena de la ciudad, con su increíble juego de tejados, rota sólo por una nota discordante de modernidad en medio de un sueño de siglos: una azotea invadida por sillas de plástico de colores chillones, a la espera de la estridencia musical de la noche. No será el órgano de la catedral que uno espera, sino la heterodoxia de la guitarra eléctrica.
Nuestra memoria colectiva, corta y dolorosa, se detiene en los episodios más recientes. La guerra civil, el asedio, el dolor del desgarramiento de una lucha entre hermanos. Los libros devuelven la historia multisecular de este entorno. Toledo está lleno de turistas extasiados, asombrados los más cultos por la presencia viva de la historia. Añoranza de judíos y musulmanes. Toledo historia y Toledo símbolo de convivencia entre las culturas, las religiones del libro. Toledo representación de la primera escuela de traductores, gran corriente cultural, única en la época, que agrupó a gentes de todas las procedencias. Imperial y abandonada, lo ha sido todo, tal vez lo sea todo, aunque no sepamos verlo.
Símbolo de lo que somos, nosotros, contingentes criaturas convocadas aquí para un acto inaugural que nos desborda, nos trasciende, porque más que inauguración es recuperación, más que innovación es demostración de lo poco que significamos con nuestras pequeñas disputas, ante el peso milenario de letras, armas, piedras y el Tajo, seguimos peleando identidades.
Tomé la palabra tras Leopoldo Calvo Sotelo, recordando a Adolfo Suárez, los tres que formamos la triada de presidentes de Gobierno cubriendo un instante de la historia que nos contempla: 20 años. Lo que llamamos la transición, hoy tal vez primera transición, porque siempre se transita, sólo permanece la piedra. Estamos, una vez más, perdidos en la búsqueda de una identidad que no queremos ver, aunque la tengamos ante nuestros ojos.
No sabemos si hemos presidido una vieja Nación, a veces imperio, o una comunidad de afectos y desafectos sin mayor significación. Corremos el riesgo de devenir apátridas, incapaces de señalar el casillero del pasaporte en que figura la nacionalidad. Experimentamos una especie de inversión térmica constitucional. Lo que definíamos nacionalidad, deviene Nación; el resto, que creíamos Nación, deviene nacionalidad a los solos efectos de rellenar ese hueco en nuestro pasaporte.
Vanidad o vacuidad, haber recorrido el mundo, buena parte del que fuera territorio ligado a España, hoy naciones soberanas y fraternas, creyendo representar a la vieja Nación española, recogida sobre sí misma en sus fronteras de hace cinco siglos, pero deseosa de abrirse al mundo, eliminando fronteras de aislamiento, sin darnos cuenta de que representábamos algo mal nominado, inexistente al decir de nuestro honorable amigo Pujol.
Sevillano de nación como soy, pero sólo en el sentido cervantino, me siento español. España es, aunque cuesta decirlo en esta disputa que vivimos, mi patria. No me siento nacionalista. Aún más, cada vez me siento más lejano de los nacionalismos, sean centrales o periféricos. No me gusta su vis excluyente, homogeneizadora, que niega la otredad. No la veo en estos libros, no la veo en la Escuela de Traductores, ni en El Greco, aunque sé que estuvo en la Inquisición y en la guerra incivil. Más bien veo mestizaje y pluriculturalidad, tolerancia y apertura al otro, al diferente. ¿Me estaré quedando sin espacio? Si no deseo una España de nacionalismo excluyente, ni tampoco una Cataluña, un País Vasco o una Galicia de nacionalismos igualmente excluyentes, ¿qué soy?, ¿a qué pertenezco?
Desde el afecto apelo a la razón, al conocimiento de lo que somos y de lo que podemos ser en los umbrales de un nuevo milenio. Desde el respeto a lo que hay debajo de estas piedras, y aún más de lo que está por venir en forma de nuevas generaciones, deseo que se me entienda.
Desde una vieja Nación, desde una ciudad milenaria, cargada de historia y de historias, quiero recordar que hicimos hace 20 años un pacto constitutivo para un nuevo proyecto, que suponía un giro histórico trascendental en nuestro reciente devenir y también en el más lejano: recuperar las libertades individuales y reconocernos en la diversidad de identidades que siempre han compuesto el mosaico de España.
La nación moderna surge de un impulso homogeneizador, por eso excluye al diferente, en sus creencias o en su lengua. Hoy se trata de la nación incluyente, la de ciudadanos, no la nación étnica ni étnico-cultural. Un marco de convivencia que acepta la diversidad de individuos y de comunidades, igualándolos en su ciudadanía. España era y es una Nación, también comunidad de sentimientos, incluso encontrados, porque es una realidad de seres humanos. El intento, tal vez baldío, es llevarla al futuro como Nación incluyente, alternativa al nacionalismo excluyente que nos ha acompañado y martirizado en no pocos tramos del camino. Puede ser Nación de naciones, de nacionalidades o regiones, pero no debería ser Nación de nacionalismos enfrentados por excluyentes entre sí.
Tengo instinto sedentario, tal vez porque piense que todo se puede encontrar aquí, en el espacio de esta ciudad, como Don Quijote y Sancho mostraron el universo sin salir de su rincón manchego. Pero vivo como un trotamundos desgarrado por ese apego a la tierra. Encuentro por casi todas partes a los que, como yo, se sienten españoles. Desperdigados, pero no perdidos. Son más nosotros en América que en nuestra propia tierra. Me gustaría viajar con mi identidad por los caminos de la globalización. No quiero ser apátrida en la realidad virtual de la sociedad de la información, aunque me guste ser ciudadano del mundo. Si fuera inevitable, espero que mi amigo Pujol me dé nacionalidad para rellenar el casillero, aunque sólo fuera por el respeto que siento a la personalidad diferenciada de Cataluña. Tal como están las cosas, mi otrora amigo Arzalluz no me lo concedería por mor de la otredad inaceptable que represento para él. Pero, a decir verdad, prefiero que España siga siendo como es, sobre todo ahora que comprende a gentes como yo, y los comprende, a cada uno, en su identidad diferente y en la común que siglos de historia nos han hecho compartir. Pido respeto a lo que hemos sido, multisecularmente, para respetarnos hoy y en el futuro. No quiero una visión estática, sino dinámica, de nuestra historia colectiva, pero menos aún quiero una visión a-histórica o anti-histórica que nos lleve a desgarramiento. En realidad, lo que deseo es un sólido Estado democrático, una Nación cuya soberanía se defina por la ciudadanía, conviviendo en su seno nacionalidades y regiones de identidad rica por plural. Para colmo, es la mejor fórmula para vivir en la globalización imparable de esta nueva era que nos ha tocado vivir.

Éste es el texto de la alocución pronunciada el pasado viernes por el ex presidente del Gobierno Felipe González durante la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha en el Alcázar de Toledo.